Coordinación de sección y traducciones por Héctor Lindo-Fuentes
La última entrevista de María Vilanova de Arbenz (1915-2009)
El historiador uruguayo Roberto García Ferreira entrevistó a Doña María Vilanova de Arbenz en tres ocasiones, en marzo de 2007 y en julio y diciembre de 2008. En estas entrevistas, fuente principal para el esbozo biográfico que sigue, Doña María reveló una perspectiva íntima de su infancia, de su relación con Jacobo Arbenz, y de su vida en el exilio.
García Ferreira es investigador del Departamento de Historia Americana de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad de la República en Montevideo, Uruguay. Es candidato a doctorado por la Universidad de Buenos Aires. Sus investigaciones giran alrededor del tema de la Guerra Fría en América Latina. Es autor de La CIA y los Medios en Uruguay. El caso Arbenz (Montevideo: Amuleto, 2007) y Bajo vigilancia: La CIA, la policía secreta uruguaya y el exilio de Jacobo Arbenz en Uruguay, 1957-60 (En prensa, Universidad de San Carlos de Guatemala). Por Roberto García Ferreiracartas@elfaro.netPublicada el 22 de julio de 2009 - El Faro
A los 93 años de edad, el pasado 5 de enero falleció la salvadoreña María Vilanova de Arbenz, viuda del ex presidente de Guatemala Jacobo Arbenz. Tres décadas atrás se había instalado definitivamente en San José de Costa Rica, último país del largo y doloroso destierro que se había iniciado forzosamente 55 años antes, cuando su esposo fuera derribado del poder por un golpe militar inspirado, diseñado y financiado por Estados Unidos a través de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
En palabras de un suspicaz funcionario estadounidense de la época, el problema era que el exitoso ejemplo arbencista –cuya piedra angular fue la Reforma Agraria- pudiera expandirse: “Guatemala se ha convertido en una amenaza creciente para la estabilidad de Honduras y El Salvador. Su reforma agraria es una poderosa arma propagandística; su amplio programa social de ayuda a los trabajadores y a los campesinos en una lucha victoriosa contra las clases altas y las grandes empresas extranjeras tiene un fuerte atractivo para las poblaciones de los vecinos centroamericanos, donde imperan condiciones similares”.
En medio de las tensiones propias de la guerra fría, aquella osadía de repartir tierras a indígenas y campesinos rápidamente fue asociada a la intervención del “comunismo internacional”. Como se recordará, a la acción encubierta de la CIA se sumó la vehemente presión internacional del Departamento de Estado que aisló a Guatemala. Fue entonces que sobrevino el golpe militar que culminó con la renuncia del presidente en la tarde del 27 de junio de 1954. La Primavera Democrática había llegado a su fin.
Este evento decisivo de la guerra fría latinoamericana fue insistentemente debatido por los estudiosos. Sin embargo, sus consecuencias no han recibido igual atención de los investigadores. Entre ellas, una nada menor ha sido la de desentrañar las principales peripecias del exilio de la familia Arbenz-Vilanova, cuyas penurias, en palabras de la propia doña María, no tuvieron comparación.
Tal es el tema de mi tesis, cuyo objetivo central es demostrar el estricto control que la CIA mantuvo sobre el ex presidente y su familia desde que partieran al exilio y hasta 1971 en que Jacobo falleció.
En el afán de encontrar las fuentes con las que complementar esta investigación pude tener el casi exclusivo privilegio de conocer, entrevistar y trabajar junto a doña María Vilanova hurgando en su pasado. Esencialmente basado en las conversaciones que mantuve con ella –marzo de 2007; julio y diciembre de 2008-, y de los varios materiales que conforman su archivo personal –correspondencia privada; el manuscrito original de sus memorias; cartas familiares; artículos éditos e inéditos; recortes de prensa; información de la secretaría de la presidencia que incluye su actuación como primera dama; su biblioteca particular, etc.
María nació en El Salvador en abril de 1915, hija mayor de un matrimonio que en ese momento tenía una “sólida posición económica y social”. Su padre, José Antonio Vilanova Kreitz, salvadoreño, se dedicaba al cultivo de café y algodón; mientras que su madre, María Dolores Castro, era guatemalteca de nacimiento. Ella y sus hermanas crecieron en la finca San Francisco, una “hermosa residencia de estilo antiguo” que fue volada en un enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército en 1985 durante la guerra civil.
Según expresó la propia doña María en el manuscrito original de sus memorias –que contiene varias informaciones no incluidas en la versión finalmente publicada-, cursó estudios primarios en San Salvador y dos años de secundaria en el Colegio La Asunción luego de lo cual ella y su hermana Carmen fueron enviadas a un colegio de monjas en Estados Unidos. Allí las sorprendió la crisis del 29, que “angustió mucho a mi padre”, decidiendo que ambas regresaran a El Salvador aunque no habían completado el bachillerato. En ese contexto, su padre también comunicó que les proporcionaría casa, comida y que el resto de sus gastos debía ser costeado con su propio trabajo. Por esa razón ambas se hicieron cargo de atender la oficina que administraba las fincas, llevando la caja chica, manejando la correspondencia y elaborando alguna que otra planilla.
Sin embargo, de las tareas asignadas, una habría de incentivar tempranamente la “sensibilidad social” de María: “preparar los envíos para la tienda que había en una de las fincas en la que se expendía básicamente alimentos de consumo popular”. En ella, escribía Vilanova, “los clientes eran los mismos trabajadores de las fincas, a quienes en un no muy lejano pasado se les pagaba con monedas acuñadas por los propietarios de las tierras”. Como me expresó el pasado año durante una de las entrevistas que mantuvimos, “mi familia era netamente anticomunista” y “yo me crié” observando cómo “el rico era dueño y el pobre no tenía nada…eso veía yo en mi familia”. “Yo no estaba conforme” con ese “trabajo” proseguía, “y entonces me ponía a meditar” pues se trataba de una situación que “no era justa”.
Como sabemos, el impacto de la crisis fue particularmente violento en El Salvador y sus efectos se dejaron sentir con nitidez no sólo en el plano económico. También la esfera política se convulsionó y los recordados sucesos de la “Matanza” -a inicios del 32- habrían de pervivir para siempre en la sociedad salvadoreña. María y su familia no fueron ajenos a dichos sucesos. Cuando la rebelión ella tenía 16 años, y en el manuscrito al que hicimos referencia consignó que recordaba “haber visto una mujer con su cabellera trenzada sobre su espalda bañada en sangre en esa época”. Su padre –que era muy respetado por sus amigos que le decían “El Patrón”- participó activamente de la represión pues fue llamado por el gobierno a integrarse a las “brigadas civiles” que castigaron a los insurrectos. “Recuerdo haber visto a mi padre salir a hacer rondas con sus amigos, calzando botas y con traje de campaña” expresaba doña María.
Para una joven inteligente, inquieta, rebelde y sobre todo, sensible a la pobreza, aquel ambiente no le era por demás propicio para desarrollarse. Tenía una “evidente inclinación artística e intelectual” y al “vacío emocional” de sus progenitores se sumó el hecho de que nadie “hubiera pensado en perfeccionar” aquella vocación que tanto sentía. Su entusiasmo era tal que junto a su hermana pagaron “de nuestro pobre sueldo clases [particulares] de química”. Sin embargo, su deseo de realizar una carrera universitaria se vería frustrado siendo siempre vivido con una “amargura muy grande”. Empero, cultivó el deporte, concurriendo al Campo de Marte a jugar al tenis. Allí María conoció a un deportista mexicano del que se enamoró. Su familia se disgustó por la relación y esa fue la razón por la cual su madre decidió llevarla de viaje a Guatemala. Por todo ello, “mi casa [paterna] era muy triste” resumió en un escrito inédito donde trazó su “vida a grandes rasgos”.
Cuando viajó a Guatemala, ella estaba ansiosa por desarrollarse: “yo quería independizarme y salir de mi rutina de mujer que no se había realizado”. Como se sabe, aquel viaje habría de marcarla para el resto de su vida pues estando en Guatemala conoció a un cadete recién egresado de la Escuela Politécnica a quien apodaban “el suizo” y cuyo nombre era Jacobo Arbenz. Desde ese momento, según sus recuerdos, el “flechazo” fue mutuo: “me impactó cuando lo ví…de cuerpo varonil” aunque “no con músculos excesivos, nada de tonterías”. De retorno a su país a finales de 1938, María pintó “de memoria” y “a grandes rasgos un retrato de Jacobo”. El difícil entorno familiar “me apresuró [para] que yo me quisiera casar fuera de El Salvador” pues si bien “mi mamá expresó cariño hacia nosotros” no así “mi papá [que] era firme, seco” y no aprobó la relación con aquel joven militar.
De todas formas, el amor por Jacobo era intenso: “nos quisimos mucho…éramos la misma cosa…era muy bonito…elegante, hermoso…un ser humano como él…era extraordinariamente agradable…consentible”. Guiados de esos sentimientos, contrajeron matrimonio en marzo de 1939 comenzando la vida en común. Jacobo era subteniente y ganaba escasos 68 dólares por mes. Él “quería darme todo lo que no pedía yo”. Sin embargo, “vivíamos muy económicamente. Yo tomaba un bus de tres centavos en vez de tomar el de 5”. Aunque ello difería notoriamente de lo que habían sido sus orígenes, cuya holgada posición económica no le había supuesto privación alguna, María recordaba que “los cinco años de pobreza, con los mismos vestidos que llevé cuando me casé, no fueron los más tristes de mi vida por la pobreza”.
El carácter de ambos era bien diferente. Él “era muy perfeccionista, muy introvertido, no le gustaba alternar con la gente” ni “transigir”. Aunque “conmigo llegó a exteriorizarse bastante”, “mi esposo era muy tímido y retraído”. Mientras, “yo era valiente y rebelde, además de haberse despertado en mí el sentido de la justicia ante la miseria de los indígenas…obligados a trabajar sin sueldo en los caminos del gobierno”.
Distantes en aquel aspecto, compartían una fuerte “afinidad política y social”. Ya entrados los años 40, Guatemala atravesaba una situación “muy crítica” que se veía agravada por la “guerra mundial”. “Todos los sectores estaban descontentos con la dictadura” encabezada por Jorge Ubico que a mediados de 1944 decidió dar un paso al costado. Su sucesor, Federico Ponce Vaides, presentaba un anacrónico continuismo y sobre el mes de agosto de ese año Jacobo se enteró de que estaba en una “lista secreta de oficiales” a los que Ponce pretendía fusilar por conspiradores. Estaban en lo cierto ya que, poco más tarde, encabezados por él, un conjunto de militares y civiles inició un exitoso movimiento revolucionario que sobre el mes de octubre ocupó el poder llamando a elecciones.
Tras el primer acto eleccionario en la historia del país fue electo Juan José Arévalo, quien le ofreció a Arbenz la cartera de Defensa. Su actuación y cerrada defensa del orden democrático le valieron la candidatura a la presidencia, que obtuvo por una amplia mayoría de votos a finales de 1950. “Políticamente lo apoyé e impulsé siempre” recuerda doña María. Para ese entonces el matrimonio había evolucionado en su sensibilidad social: “¿Por qué un pobre no puede abandonar su situación y ver la bondad y la belleza?” se preguntaban ambos. Jacobo deseaba ser un “reformador” y Guatemala necesitaba reformas. Entre ellas, la más apremiante tenía que ver con la tenencia de la tierra. Luego de experimentar en su propia finca y haber estudiado a fondo el tema, impulsó la recordada Reforma Agraria.
Aquel experimento amenazaba la hegemonía terrateniente y fue muy bien percibido en sus efectos: de haber proseguido el país se encaminaba hacia una reforma estructural. Hasta que el golpe detuvo tan significativo proceso parecía un sueño hecho realidad: sin embargo, es “que cuando se quiere levantar a los pobres eso es comunismo… tristemente” recordaba María. Acerca de ello interesa recordar sus últimas palabras al respecto, “Jacobo y yo vimos el comunismo como una cosa más…parecía el avance…el crecimiento de la humanidad y de los pobres” pero eso de que éramos comunistas “me daba risa”.
Expulsados del gobierno y del país, llegaron los días difíciles: además de afrontar la derrota había que sacar adelante a la familia. “Cuando cayó el gobierno…mi esposo no había previsto el exilio”, “los errores se los achacaron únicamente a él” y por eso “se desmoralizó desde 1954”.
Breves vacaciones en México, luego Suiza, Checoslovaquia y Francia, pero siempre, la extrema frialdad con que eran recibidos hacía incómoda la vida familiar.
La CIA los controló de cerca a través de sus colegas en los servicios secretos de varios países; además de ello influenció decisivamente a los más importantes medios de prensa latinoamericanos y europeos, que difundieron una oficiosa y ostensible “propaganda negra” contra “Jacobo el Rojo”; el Departamento de Estado presionó y protestó diplomáticamente intentando cercenar al máximo sus derechos como refugiados políticos; la cancillería guatemalteca lo controló con especial cuidado vigilando siempre que fuera posible las actividades de Arbenz y su familia; y otro tanto hicieron, desde su propio entorno político, algunos supuestos “amigos” que en realidad trabajaban como informantes del espionaje norteamericano.
Una relativa estabilidad consiguieron en 1957 cuando arribaron como asilados al Uruguay, permaneciendo hasta 1960, cuando la familia partió rumbo a Cuba, que parecía prometer una vida con mayor libertad. Allí tampoco hubo comodidad: para los victoriosos cubanos Arbenz ejemplificaba al “derrotado” por el “imperialismo”. En 1965 sobrevino otro drama familiar: la hija mayor del matrimonio, con una promisoria carrera de actriz, se suicidó. Seis años más tarde y en solitario, murió Jacobo. Vivía muy humildemente en México. Le habían diagnosticado una enfermedad que nunca quiso atender. La noticia sorprendió a la propia doña María que no quería creerlo: “muy límpidamente bien nos amamos” recordaba, “yo había llegado a la etapa de pensar que no había hombre bueno” pero “con Jacobo nada de vueltas…”, “él me quería de verdad y yo también a él…fuimos muy sinceros el uno con el otro”.
Pese a que nunca dejó de echarlo de menos, siguió adelante con sus negocios, estableciéndose definitivamente en San José durante 1979. Participó de la repatriación a Guatemala de los restos de su marido en 1995 publicando poco después un libro de memorias. Hasta que sus fuerzas le alcanzaron, se mantuvo activa, sobre todo leyendo. Su poesía inédita es altamente ilustrativa de cuán doloroso fue el exilio: “Mundo de afrentas. Mundo de rencores. Injusticia humana, ¡Qué duro golpeas! Si auxilias a alguno, otros se molestan. Y entre tus ‘amigos’ muchos te desprecian. Unos te traicionan, y otros que se quejan porque no les haces una reverencia”; “es que ya va cumpliéndose mi vida” y “ya he vivido exilios y desiertos, y todos los disfraces de la muerte”.
Lamentablemente, el destierro sólo terminó con su muerte. Con una región nuevamente acicateada por las desagradables consecuencias de un golpe militar, este rápido repaso descriptivo del altísimo precio que Jacobo y María debieron pagar por “meterse a revolucionarios” renueva su especial interés y en esa dirección se dirigen estos breves recuerdos.
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