NUESTRO ROQUE DALTON.
A Roque Dalton lo mataron a quemarropa. La leyenda dice que sus matadores, sin valor para mirarlo a los ojos, le inyectaron un somnífero antes de dispararle. También se dice que lo liquidaron de sorpresa: llegaron a su lado y de súbito le descargaron los tiros. Pasara lo que pasara en esa hora siniestra, aquella fue la última de las celadas que le tendió la vida.
El sacrificio de Dalton estuvo en el génesis del nuevo poder que emergió entre combates guerrilleros y protestas sociales. Sus asesinos eran un pequeño grupo de conspiradores que con los años llegaría a ser una poderosa organización armada. Dos de los sobrevivientes de aquella célula estamparon su firma en el documento que puso fin a la más cruenta de las guerras libradas hasta ahora en El Salvador.
La "muerte horrenda" de Dalton, como la llamó Julio Cortázar, levantó una exclamación de repudio en todo el mundo y le dio paso a su leyenda. Una leyenda que Dalton mismo, en vida, ayudó a alentar. Nació en 1935, único hijo de la enfermera María García y de Winnal Dalton, un tejano criado en la frontera con México, que hablaba el español como segunda lengua. Casi nadie sabe que aquella improbable relación entre dos personas provenientes de mundos sociales tan dispares tuvo como origen un altercado entre Winnal Dalton y el filántropo Benjamín Bloom. María García se encargó de curar de sus heridas a Mr. Dalton, y este le hizo la corte . El niño fue inscrito con el nombre de Roque Antonio García. Roque fue calzado con el apellido que su padre no quiso darle, y más tarde con las botas de una leyenda, la de los hermanos Dalton, forajidos y fabricantes de mal whisky, que en el último cuarto del siglo XIX sembraron el terror en Arizona. No existen pruebas de parentela alguna entre el poeta y aquellos malhechores, pero con ellos Dalton se construyó una aureola de pendenciero que lo seguiría hasta el fin de sus días.
Aquel hombre que por periodos fue devastado por el alcohol, lector voraz, proverbial mujeriego e iconoclasta capaz de imprudencias relevantes ha llegado a ser un icono incuestionable. Algunos no sólo tienen el justo interés en lavar su memoria sino también el menos recto propósito de entronizarlo como una figura moral que le otorgaría infalibilidad a sus propios juicios políticos y estéticos.
La poesía de Dalton es inseparable de su vida, y su vida de sus opciones políticas. Sin embargo, una de esas partes --la política-- ha predominado por encima de las demás. Uno de sus resultados ha sido, como ya lo señaló Rafael Lara Martínez, una "invención editorial" que privilegia la imagen de Dalton-guerrillero. Cabe preguntarnos por la sinceridad con que han actuado los constructores de su prestigio como guerrillero.
Cuando lo mataron tenía cuarenta años de edad. Aunque sus declaraciones de apoyo a la lucha armada comenzaron a conocerse a finales de los años 60, Dalton efectivamente tomó las armas en los dos últimos años de su vida.
En varios momentos recibió instrucción militar, como muchos de los escritores de su generación, cuando en la década de los sesenta el PC salvadoreño contempló la veleidad de organizar un frente armado. Dalton se reía repetidamente de la voluntad combativa de la nomenclatura comunista de aquellos años. En uno de sus poemas, desdoblado en un burócrata, afirma: "Estamos por la lucha armada/ pero en contra de comenzarla". En efecto, después de recibir una ducha de rigores en algún campamento de Cuba, los conjurados regresaban a San Salvador a hacer "una vida entre militante y bohemia" , a la espera del llamado al combate. Algunos fueron adiestrados hasta en el manejo de tanques, lo que le otorgaría a la instrucción ribetes cómicos.
Una noche en La Habana Julio Cortázar presenció una discusión de Dalton con Fidel Castro sobre un problema de utilización eficaz de quién sabe qué arma. Una metralleta invisible pasaba de las manos del uno a las del otro. "Las diferencias entre el corpachón de Fidel y la figura esmirriada y flexible de Roque nos causaba un regocijo infinito", recuerda Cortázar. Dalton no tendría ocasión de poner en práctica sus supuestas habilidades. Es poco probable que alguna vez haya entrado en combate. No estoy poniendo en duda su coraje y determinación, pero Dalton no fue exactamente el prototipo de un soldado, aunque, después de todo, fue el que llegó más lejos entre todos los poetas de su generación, que le cantaron a la revolución con la metralleta invisible bien guardada en sus armarios.
La imagen que tenemos de él ha sido en parte construida en el fértil terreno de la fantasía y en el más fangoso de los intereses políticos. He aquí una historia para probarlo: la ruptura de Dalton con Casa de las Américas, en Cuba, y la manera en que se ha relacionado este hecho con su propia decisión de incorporarse a la guerrilla salvadoreña, es una muestra de la imaginación y el lodo que se ha vertido sobre su nombre.
Abandonar la casa
De todos los libros de Dalton, el más celebrado y el que tiene un olor más provinciano es “Las historias prohibidas del pulgarcito” (México, 1974). Es la quintaesencia de su estilo lúdico y experimental. Como su título lo proclama, el libro sacó a la luz episodios que la historia oficial salvadoreña había ocultado. El "caso Dalton" podría engrosar ahora el volumen como una "nueva historia prohibida". Al final del libro, a guisa de colofón, uno se encuentra con un poema que dice:
"Yo volveré yo volveré
no a llevarte la paz sino el ojo del lince
el olfato del podenco
amor mío con himno nacional".
Cuando este poema comenzó a circular en su país, Dalton había cumplido su promesa. Unos meses antes había ingresado "a la soleada caverna" de la vida en la capital salvadoreña para incorporarse al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Con papeles falsos y una nueva apariencia, ingresó por la terminal aérea de Ilopango exactamente el día de Navidad de 1973. Uno de los periódicos del día informaba de la exitosa producción de granos básicos de ese año.
Para su actividad clandestina Dalton escogió un nuevo nombre: Julio Dreyfus, tomando el apellido del célebre oficial acusado de traición --y luego rehabilitado por la justicia francesa. Pasó la Nochebuena en los alrededores del centro de San Salvador, en la casa de seguridad de la mujer que se convertiría en la compañera de sus últimos meses de vida, la guerrillera Lil Milagro Ramírez. De alguna manera, el rumor sobre su regreso se esparció entre algunos de sus conocidos. La leyenda, pues, había vuelto. Ahora sí, el empuje revolucionario sería inevitable. Como diría más tarde un poema de Alfonso Quijada Urías, era "el retorno de Gulliver" al país de los enanos.
Era el de mayor edad dentro del grupo. Se le conocía como "el tío Julio". No existen muchos testimonios directos sobre la actividad que desplegó, pero todo indica que el agua salada de la vida clandestina no era exactamente el ambiente para un pez como Dalton. Eduardo Sancho, quien fue jefe político del poeta y el único del grupo de dirección del ERP que se opuso a su asesinato, lo recuerda como un activista incansable. Realizó trabajos organizativos, participó en acciones de propaganda (como realizar pintadas con aerosol en las paredes) y redactó folletos de análisis político. Al mismo tiempo escribía los borradores de sus “Poemas clandestinos”. No es posible saber cuáles eran sus planes, pero el libro estaba destinado a la propaganda inmediata. Aunque en sus composiciones usó cuatro nombres falsos, el tono, el estilo y la voz eran los suyos. Casi nadie que hubiera leído sus poemas se habría tragado la paja de que los autores eran una obrera textil, un joven dirigente católico y tres estudiantes universitarios. Nicolás Guillen ha comparado al Dalton de este libro con Fernando Pessoa, pero me atrevo a pensar que los desdoblamientos del portugués sólo le sirvieron como coartada al novato luchador clandestino que a ratos se veía dominado por su ego poético.
Si hemos de creer en la fatalidad --y a veces no hay remedio--, su partida de Cuba estuvo marcada con una cruz de ceniza. Antes de volver a El Salvador el poeta se sometió a una operación estética facial que estuvo a cargo del mismo equipo que preparó el ingreso del Che Guevara a Bolivia. La coincidencia no deja de ser estremecedora, pero no hay nada de extraño en que un mismo equipo se encargara de misiones tan confidenciales.
Seguramente, habrán mandado a muchos al sacrificio. El detalle revela, sin embargo, que Dalton todavía gozaba del apoyo de un sector del Partido cubano, porque en realidad su situación en la isla había atravesado por un momento muy difícil. Tres años antes había renunciado a sus cargos en Casa de las Américas mediante una carta dirigida a Roberto Fernández Retamar.
Esta carta, publicada por primera vez en el número 200 de Casa, ha sido rodeada con un halo romántico. Se ha querido presentarla como la despedida de un amigo que deja la máxima institución cultural cubana para abrazar la causa guerrillera. Luis Alvarenga, biógrafo de Dalton, anota: "Dalton está decidido a integrarse a la lucha armada en El Salvador. Decide renunciar al Comité de Colaboración de Casa de las Américas y así se lo comunica a Roberto Fernández Retamar en carta fechada el 20 de julio de 1970" . La primera biografía del poeta, publicada veintisiete años después de su asesinato, todavía se mueve a merced del oleaje de la leyenda.
El trasfondo de esa carta ahora está iluminado por la existencia de otra carta de Dalton , que ha permanecido inédita, dirigida a la Dirección del Partido Comunista de Cuba un mes después de la primera, el 7 de agosto de ese mismo año. Dicha carta de diecisiete folios, sin numeración, expone de manera precisa los motivos que llevaron a Dalton a renunciar como trabajador de Casa de las Américas y miembro del Comité de Colaboración de la revista. La escribió cuando los rumores sobre su "traición" a Cuba lo obligaron a romper el silencio.
Una cosa es clara: la renuncia no tuvo relación directa con la decisión de Dalton de regresar a El Salvador, aunque posiblemente sí precipitó la manera en que lo hizo. Nadie puede dudar que la idea de regresar a su país, no de vacaciones sino a luchar, estuvo intermitentemente en la cabeza del poeta.
Lo anunció, lo proclamó, lo repitió cuanta vez pudo. Pero para un internacionalista, como Dalton se consideraba a sí mismo, la decisión de luchar no tenía por qué tener a El Salvador como único destino. En la carta de agosto, en ningún momento habla de volver a su país. Cuando se describe como "un militante revolucionario que sólo temporalmente reside en Cuba y que debe preparar diversas condiciones para su participación futura en la actividad concreta en América Latina" , confirma lo que sabemos por diversas fuentes: que Dalton intentó sin éxito incorporarse también a "la actividad concreta" en otros dos países centroamericanos, Guatemala y Nicaragua.
Dalton había llegado a ser uno de los mimados de Casa. Su relación venía desde el año 1962, cuando su libro “El turno del ofendido” obtuvo una mención en el Premio de ese año y posteriormente fue publicado. Dalton volvió en 1963 a El Salvador. En el año 1964 fue capturado e internado en el centro de detención de Cojutepeque, ubicado al oriente de la capital. Su salida de este penal ha estado bañada con la luz de la leyenda. Dalton siempre dijo que se había fugado del penal. Aquella espectacular escapada está contada en su novela “Pobrecito poeta que era yo”.En la obra, Dalton cuenta de su encuentro con un agente de la CIA en la casa de un alto funcionario del gobierno militar. Al año siguiente, el Partido lo envió a Checoslovaquia como su representante en la Revista Internacional.
Dalton ya había tenido algunas desavenencias con la dirección del PC, por el carácter de sus críticas a la política del partido y también por sus repetidas crisis alcohólicas. Algunos se han empeñado en desmentir sus borracheras, pero Dalton mismo, casi con fascinación, se encargó de retratarse bajo los efectos del alcohol, reconociéndose en un texto de Raymond Chandler, como "Horrible. Brillante, duro y cruel". Alguna vez el propio Secretario General, el obrero Salvador Cayetano Carpio, se encargó personalmente de reconvenirlo para que asumiera sus responsabilidades, a lo que Dalton habría respondido con una autocrítica. Existe el rumor de que en el partido se rieron de la ingenuidad de Carpio. Praga fue, según algunos, una especie de exilio dorado. Pudo dedicarse a escribir, crear y armar la estructura de poemas que dio origen al libro mayor de su obra literaria: “Taberna y otros lugares”. El poemario tiene como marco el mundo cosmopolita de la capital checa y en especial la taberna U Flekú, una maltería y fábrica de cerveza oscura que parroquianos provenientes de todos los rincones del mundo consumen en medio de música de polkas. Un buen día, Dalton recibió una carta de Roberto Fernández Retamar, quien le invitaba a formar parte del Comité de Colaboración de la revista Casa. Por el prestigio de la publicación y la composición de su plantilla de colaboradores, la invitación consolidaba su reputación como escritor y revolucionario.
La colaboración se intensificó; cuando Dalton regresó a Cuba, en 1968, tuvo una espléndida acogida. Los cubanos le dieron condiciones para que se volcara de lleno a sus actividades literarias; trabajó en al menos siete libros suyos, al tiempo que participaba en paneles, recitales, coloquios y escribía para las principales revistas cubanas del momento.
Pero en medio de aquella vigorosa actividad Casa de las Américas vivía una hora difícil. Las conocidas críticas y las diferencias por parte de algunos escritores e intelectuales latinoamericanos respecto del gobierno de Castro, habían comenzado a hacerse públicas. "De los catorce miembros del Comité original", detalla Dalton, "hay que decir que seis... [habían] variado en sus posiciones o presentado puntos de vista conflictivos" frente a la visión sobre arte y literatura que sostenía la plana mayor de la institución cultural. En estos conflictos participaron también autores cubanos, lo que provocó numerosas asperezas entre el régimen y los artistas. Estaba iniciando lo que Ambrosio Fornet llamaría "el quinquenio gris" de la cultura cubana.
En medio de ese caldo, Casa de las Américas convocó al Premio correspondiente al año 1970, invitando como jurados a un grupo de escritores, sociólogos y académicos extranjeros. La convocatoria, como cuenta Dalton, fue acompañada de una intensa jornada de preparación política. Los cubanos veían con sospecha a la representación peruana (encabezada por el Rector de la Universidad de San Marcos) y a un grupo "potencialmente conflictivo" que tenía a la cabeza al poeta Ernesto Cardenal, integrante del jurado de poesía. Una de las principales misiones de Dalton fue ganarse la confianza del nicaragüense. Como se lee en la carta, Fernández Retamar le habría dicho que contaba con él como un "hombre de confianza" de la Revolución. Fue el Caballo de Troya de aquel jurado.
Las cosas comenzaron a complicarse muy pronto. Algunos de los jurados plantearon la necesidad de que se les dejara tomar contacto directo, sin mediaciones, con la realidad del país. Los jefes de Casa no parecían dispuestos. Dalton, que se encontraba mezclado con los jurados y les servía como una especie de enlace con la institución, observó que una parte de las quejas y dudas confluían sobre él. "Yo me sentía entre varios fuegos", se lamenta. "Las cosas no eran explicadas ni tampoco cambiaban", dando lugar a tensiones y, en su caso personal, dice, "a un verdadero desconcierto".
Cuando terminó su actividad como jurado, Dalton se quedó en La Habana y no participó en las giras por el interior del país que les habían preparado a los visitantes. Días más tarde, no sin desasosiego, pudo constatar que los jurados volvían con los ánimos caldeados, especialmente Cardenal, a quien miraban con recelo. Si un heterodoxo como Dalton fue capaz de considerar "anormal" la petición de Cardenal de conversar con seminaristas católicos, "negativas" sus preocupaciones por la suerte de los homosexuales, y hasta de contemplar la posibilidad de que el cura fuera un agente de la CIA "navegando con bandera de bobo", ¿qué podía esperarse de los duros? Los hechos en torno a Cardenal son interesentes de seguir porque, como veremos, si bien no fue el único que estuvo en la mira en aquel año 1970 en La Habana, su conducta se convertiría en el principal detonante de la renuncia de Dalton.
Cardenal se reunió también con el poeta Heberto Padilla, que ya había causado una primera conmoción internacional en contra del gobierno cubano. Por si fuera poco, recibió también un telegrama del arzobispo nicaragüense Miguel Obando y Bravo. El obispo le pedía que interviniera a favor del preso político Chester Lacayo. Cardenal accedió, pero a cambió le pidió al obispo que intercediera ante Somoza por los presos políticos del FSLN. La inquietud de Dalton es característica: "Detrás del Arzobispo de Nicaragua está la CIA. ¿Cuál es el papel de Cardenal en esto?".
La mecha se encendió durante un almuerzo donde estuvieron presentes tres poetas que han llegado a ser emblemas de rebeldía: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y Roque Dalton. En la comida, Cardenal lanzó fuego graneado sobre Benedetti pidiéndole explicaciones, formulando críticas y reclamando que por fin se le dejara hablar con campesinos. En ese momento, Dalton apoyó a Cardenal. El ataque en dos flancos alteró al uruguayo. Los tres se levantaron de la mesa con el estómago revuelto. Más tarde, Benedetti sostuvo que Dalton se había portado con él de manera insolente. En su carta, Dalton le replicó con una bufonada: "...no somos señoritas de un colegio de monjas".
Pero aquel fue solamente el primer round. Horas, o a lo sumo días más tarde, en un cóctel ofrecido a Cardenal, Dalton volvió con el tema de su desacuerdo por la manera en que se estaban manejando las cosas con los invitados internacionales. Esta vez tuvo que enfrentar la ira del propio Director. En medio de una conversación tensa, Fernández Retamar le advirtió que ya sabía que andaba "hablando basura", y remató diciéndole: "Roque, en último caso somos nosotros quienes invitamos a los jurados extranjeros y somos nosotros los que sabemos qué hacer con ellos". Aquella frase, proveniente de su "mejor amigo cubano", dice, "no me dejaba otra alternativa [que la de] retirarme del trabajo de Casa". Las cosas no terminaron allí. Entre dos rones, Dalton insultó a Fernández Retamar.
Dalton tuvo tiempo de lamentar aquel error, pero su destino en la más respetada institución cultural cubana estaba sellado. El ambiente en su derredor se hizo frío. En vista de los hechos, Dalton presentó dos cartas de renuncia, una de ellas, la del 20 de julio, dirigida a Retamar, y otra a Haydée Santamaría, sin dar explicaciones de sus motivaciones, pensando que le iban a ser pedidas expresamente. Pero esto no ocurrió.
"... Retamar hizo retirar mi nombre de la lista del Comité antes de dos horas después de leer mi nota".
En medio del crispado clima político de ese momento, Dalton temió que su renuncia fuera tomada como una maniobra "destinada a causar daño a Casa ". Comenzaron a circular rumores en su contra, algunos graves. Genoveva Daniel, una funcionaria de la institución, habría dicho públicamente de Dalton que ya "no se sabía si todavía era revolucionario o no". Entonces se decidió a escribir una nueva carta, esta vez al todopoderoso Comité Central del partido, en la cual insistió:"Yo renuncié de Casa, repito, porque se me dijo en otras palabras que no siguiera metiéndome en asuntos que no eran de mi incumbencia".
Las cosas ya no volvieron a ser como antes. De Casa de las Américas pasó a la agencia Prensa Latina, alternando sus viajes con la redacción de sus libros. Dalton siguió escribiendo para la revista, pero para entonces ya era un preso de su futuro. En sus poemas, frecuentemente pringados de sentencias, hay una que dice:
"La política se hace jugándose la vida o no se habla de ella".
Dalton no parecía dispuesto a que el recuerdo de ese verso se convirtiera en una voz burlona. Su nariz apuntaba fuera de Cuba. Ese mismo año se habían fundado en su país natal las FPL. Carpio había renunciado a la Secretaría General del PC salvadoreño y entrado a la clandestinidad, donde sería conocido como "Marcial". En algún momento, Dalton y Carpio se encontraron en París, cerca de Pigalle, en el pequeño apartamento del poeta Roberto Armijo.
En esa ocasión Dalton le pidió a su ex jefe que le hiciera sitio dentro de su organización. Según Claribel Alegría, le habría respondido que su lugar era como "poeta y escritor marxista y no como un combatiente". Detrás de ese lenguaje diplomático es fácil adivinar que Marcial no quería volver a pasar por las sesiones de "autocrítica" de Dalton.
No está claro si buscó incorporarse al guatemalteco EGP y al FSLN, antes o después de aquella reunión. Lo cierto es que no tuvo éxito. Luego, La Habana le facilitó un encuentro con un tipo que tenía toda la "pinta de un revolucionario de almanaque" (según lo recuerda Sancho). Era Alejandro Rivas Mira, el primero en la jefatura del ERP, un grupo armado que recién debutaba en la escena salvadoreña. "Sebastián", como se le conoció en la clandestinidad, a pesar de su juventud ya tenía una aureola. Era un estudioso del marxismo y había estado en París en 1968. Quienes lo conocieron aseguran que tenía una personalidad de gran magnetismo y un humor corrosivo. Con este comandante subió a bordo.
"Otra jugarreta de la locura
y perdería mi puesto de centinela formidable
cayendo como la lengua de un ahorcado
hasta una jaula de lobos frágiles"
“Deberían dar premios de resistencia por ser Salvadoreño,” dijo , dijo Roque, el que nunca va a descansar en paz,porque “qué cosa más jodida es descansar en paz,” en Un libro levemente odioso. Sufría de amor por El Salvador, se moría de frío por El Salvador y de rabia y de risa. De Roque todos hablan a risa abierta, como si no hubiera muerto, como si no lo hubieran matado en El Salvador el mes en que cumplía cuarenta años, mayo de 1975, los mismo guerrilleros empeñados en su misma lucha. De Roque, todos los que lo conocieron dicen que era un personaje a todo dar, y resulta fácil imaginarlo haciendo del entusiasmo y la sinceridad un mérito literario. No , los vientos no huyeron de su asombro y su cara Roque Dalton asesinado a los cuarenta años fue siempre,hasta el último momento, un sorprendido, un cielo tomado por asalto, una risa interrumpida. Y de la cara de Centroamérica no huirá tampoco el viento, porque sabrá levantarse y en el último momento dispará contra el asesino.
A Roque Dalton lo mataron a quemarropa. La leyenda dice que sus matadores, sin valor para mirarlo a los ojos, le inyectaron un somnífero antes de dispararle. También se dice que lo liquidaron de sorpresa: llegaron a su lado y de súbito le descargaron los tiros. Pasara lo que pasara en esa hora siniestra, aquella fue la última de las celadas que le tendió la vida.
El sacrificio de Dalton estuvo en el génesis del nuevo poder que emergió entre combates guerrilleros y protestas sociales. Sus asesinos eran un pequeño grupo de conspiradores que con los años llegaría a ser una poderosa organización armada. Dos de los sobrevivientes de aquella célula estamparon su firma en el documento que puso fin a la más cruenta de las guerras libradas hasta ahora en El Salvador.
La "muerte horrenda" de Dalton, como la llamó Julio Cortázar, levantó una exclamación de repudio en todo el mundo y le dio paso a su leyenda. Una leyenda que Dalton mismo, en vida, ayudó a alentar. Nació en 1935, único hijo de la enfermera María García y de Winnal Dalton, un tejano criado en la frontera con México, que hablaba el español como segunda lengua. Casi nadie sabe que aquella improbable relación entre dos personas provenientes de mundos sociales tan dispares tuvo como origen un altercado entre Winnal Dalton y el filántropo Benjamín Bloom. María García se encargó de curar de sus heridas a Mr. Dalton, y este le hizo la corte . El niño fue inscrito con el nombre de Roque Antonio García. Roque fue calzado con el apellido que su padre no quiso darle, y más tarde con las botas de una leyenda, la de los hermanos Dalton, forajidos y fabricantes de mal whisky, que en el último cuarto del siglo XIX sembraron el terror en Arizona. No existen pruebas de parentela alguna entre el poeta y aquellos malhechores, pero con ellos Dalton se construyó una aureola de pendenciero que lo seguiría hasta el fin de sus días.
Aquel hombre que por periodos fue devastado por el alcohol, lector voraz, proverbial mujeriego e iconoclasta capaz de imprudencias relevantes ha llegado a ser un icono incuestionable. Algunos no sólo tienen el justo interés en lavar su memoria sino también el menos recto propósito de entronizarlo como una figura moral que le otorgaría infalibilidad a sus propios juicios políticos y estéticos.
La poesía de Dalton es inseparable de su vida, y su vida de sus opciones políticas. Sin embargo, una de esas partes --la política-- ha predominado por encima de las demás. Uno de sus resultados ha sido, como ya lo señaló Rafael Lara Martínez, una "invención editorial" que privilegia la imagen de Dalton-guerrillero. Cabe preguntarnos por la sinceridad con que han actuado los constructores de su prestigio como guerrillero.
Cuando lo mataron tenía cuarenta años de edad. Aunque sus declaraciones de apoyo a la lucha armada comenzaron a conocerse a finales de los años 60, Dalton efectivamente tomó las armas en los dos últimos años de su vida.
En varios momentos recibió instrucción militar, como muchos de los escritores de su generación, cuando en la década de los sesenta el PC salvadoreño contempló la veleidad de organizar un frente armado. Dalton se reía repetidamente de la voluntad combativa de la nomenclatura comunista de aquellos años. En uno de sus poemas, desdoblado en un burócrata, afirma: "Estamos por la lucha armada/ pero en contra de comenzarla". En efecto, después de recibir una ducha de rigores en algún campamento de Cuba, los conjurados regresaban a San Salvador a hacer "una vida entre militante y bohemia" , a la espera del llamado al combate. Algunos fueron adiestrados hasta en el manejo de tanques, lo que le otorgaría a la instrucción ribetes cómicos.
Una noche en La Habana Julio Cortázar presenció una discusión de Dalton con Fidel Castro sobre un problema de utilización eficaz de quién sabe qué arma. Una metralleta invisible pasaba de las manos del uno a las del otro. "Las diferencias entre el corpachón de Fidel y la figura esmirriada y flexible de Roque nos causaba un regocijo infinito", recuerda Cortázar. Dalton no tendría ocasión de poner en práctica sus supuestas habilidades. Es poco probable que alguna vez haya entrado en combate. No estoy poniendo en duda su coraje y determinación, pero Dalton no fue exactamente el prototipo de un soldado, aunque, después de todo, fue el que llegó más lejos entre todos los poetas de su generación, que le cantaron a la revolución con la metralleta invisible bien guardada en sus armarios.
La imagen que tenemos de él ha sido en parte construida en el fértil terreno de la fantasía y en el más fangoso de los intereses políticos. He aquí una historia para probarlo: la ruptura de Dalton con Casa de las Américas, en Cuba, y la manera en que se ha relacionado este hecho con su propia decisión de incorporarse a la guerrilla salvadoreña, es una muestra de la imaginación y el lodo que se ha vertido sobre su nombre.
Abandonar la casa
De todos los libros de Dalton, el más celebrado y el que tiene un olor más provinciano es “Las historias prohibidas del pulgarcito” (México, 1974). Es la quintaesencia de su estilo lúdico y experimental. Como su título lo proclama, el libro sacó a la luz episodios que la historia oficial salvadoreña había ocultado. El "caso Dalton" podría engrosar ahora el volumen como una "nueva historia prohibida". Al final del libro, a guisa de colofón, uno se encuentra con un poema que dice:
"Yo volveré yo volveré
no a llevarte la paz sino el ojo del lince
el olfato del podenco
amor mío con himno nacional".
Cuando este poema comenzó a circular en su país, Dalton había cumplido su promesa. Unos meses antes había ingresado "a la soleada caverna" de la vida en la capital salvadoreña para incorporarse al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Con papeles falsos y una nueva apariencia, ingresó por la terminal aérea de Ilopango exactamente el día de Navidad de 1973. Uno de los periódicos del día informaba de la exitosa producción de granos básicos de ese año.
Para su actividad clandestina Dalton escogió un nuevo nombre: Julio Dreyfus, tomando el apellido del célebre oficial acusado de traición --y luego rehabilitado por la justicia francesa. Pasó la Nochebuena en los alrededores del centro de San Salvador, en la casa de seguridad de la mujer que se convertiría en la compañera de sus últimos meses de vida, la guerrillera Lil Milagro Ramírez. De alguna manera, el rumor sobre su regreso se esparció entre algunos de sus conocidos. La leyenda, pues, había vuelto. Ahora sí, el empuje revolucionario sería inevitable. Como diría más tarde un poema de Alfonso Quijada Urías, era "el retorno de Gulliver" al país de los enanos.
Era el de mayor edad dentro del grupo. Se le conocía como "el tío Julio". No existen muchos testimonios directos sobre la actividad que desplegó, pero todo indica que el agua salada de la vida clandestina no era exactamente el ambiente para un pez como Dalton. Eduardo Sancho, quien fue jefe político del poeta y el único del grupo de dirección del ERP que se opuso a su asesinato, lo recuerda como un activista incansable. Realizó trabajos organizativos, participó en acciones de propaganda (como realizar pintadas con aerosol en las paredes) y redactó folletos de análisis político. Al mismo tiempo escribía los borradores de sus “Poemas clandestinos”. No es posible saber cuáles eran sus planes, pero el libro estaba destinado a la propaganda inmediata. Aunque en sus composiciones usó cuatro nombres falsos, el tono, el estilo y la voz eran los suyos. Casi nadie que hubiera leído sus poemas se habría tragado la paja de que los autores eran una obrera textil, un joven dirigente católico y tres estudiantes universitarios. Nicolás Guillen ha comparado al Dalton de este libro con Fernando Pessoa, pero me atrevo a pensar que los desdoblamientos del portugués sólo le sirvieron como coartada al novato luchador clandestino que a ratos se veía dominado por su ego poético.
Si hemos de creer en la fatalidad --y a veces no hay remedio--, su partida de Cuba estuvo marcada con una cruz de ceniza. Antes de volver a El Salvador el poeta se sometió a una operación estética facial que estuvo a cargo del mismo equipo que preparó el ingreso del Che Guevara a Bolivia. La coincidencia no deja de ser estremecedora, pero no hay nada de extraño en que un mismo equipo se encargara de misiones tan confidenciales.
Seguramente, habrán mandado a muchos al sacrificio. El detalle revela, sin embargo, que Dalton todavía gozaba del apoyo de un sector del Partido cubano, porque en realidad su situación en la isla había atravesado por un momento muy difícil. Tres años antes había renunciado a sus cargos en Casa de las Américas mediante una carta dirigida a Roberto Fernández Retamar.
Esta carta, publicada por primera vez en el número 200 de Casa, ha sido rodeada con un halo romántico. Se ha querido presentarla como la despedida de un amigo que deja la máxima institución cultural cubana para abrazar la causa guerrillera. Luis Alvarenga, biógrafo de Dalton, anota: "Dalton está decidido a integrarse a la lucha armada en El Salvador. Decide renunciar al Comité de Colaboración de Casa de las Américas y así se lo comunica a Roberto Fernández Retamar en carta fechada el 20 de julio de 1970" . La primera biografía del poeta, publicada veintisiete años después de su asesinato, todavía se mueve a merced del oleaje de la leyenda.
El trasfondo de esa carta ahora está iluminado por la existencia de otra carta de Dalton , que ha permanecido inédita, dirigida a la Dirección del Partido Comunista de Cuba un mes después de la primera, el 7 de agosto de ese mismo año. Dicha carta de diecisiete folios, sin numeración, expone de manera precisa los motivos que llevaron a Dalton a renunciar como trabajador de Casa de las Américas y miembro del Comité de Colaboración de la revista. La escribió cuando los rumores sobre su "traición" a Cuba lo obligaron a romper el silencio.
Una cosa es clara: la renuncia no tuvo relación directa con la decisión de Dalton de regresar a El Salvador, aunque posiblemente sí precipitó la manera en que lo hizo. Nadie puede dudar que la idea de regresar a su país, no de vacaciones sino a luchar, estuvo intermitentemente en la cabeza del poeta.
Lo anunció, lo proclamó, lo repitió cuanta vez pudo. Pero para un internacionalista, como Dalton se consideraba a sí mismo, la decisión de luchar no tenía por qué tener a El Salvador como único destino. En la carta de agosto, en ningún momento habla de volver a su país. Cuando se describe como "un militante revolucionario que sólo temporalmente reside en Cuba y que debe preparar diversas condiciones para su participación futura en la actividad concreta en América Latina" , confirma lo que sabemos por diversas fuentes: que Dalton intentó sin éxito incorporarse también a "la actividad concreta" en otros dos países centroamericanos, Guatemala y Nicaragua.
Dalton había llegado a ser uno de los mimados de Casa. Su relación venía desde el año 1962, cuando su libro “El turno del ofendido” obtuvo una mención en el Premio de ese año y posteriormente fue publicado. Dalton volvió en 1963 a El Salvador. En el año 1964 fue capturado e internado en el centro de detención de Cojutepeque, ubicado al oriente de la capital. Su salida de este penal ha estado bañada con la luz de la leyenda. Dalton siempre dijo que se había fugado del penal. Aquella espectacular escapada está contada en su novela “Pobrecito poeta que era yo”.En la obra, Dalton cuenta de su encuentro con un agente de la CIA en la casa de un alto funcionario del gobierno militar. Al año siguiente, el Partido lo envió a Checoslovaquia como su representante en la Revista Internacional.
Dalton ya había tenido algunas desavenencias con la dirección del PC, por el carácter de sus críticas a la política del partido y también por sus repetidas crisis alcohólicas. Algunos se han empeñado en desmentir sus borracheras, pero Dalton mismo, casi con fascinación, se encargó de retratarse bajo los efectos del alcohol, reconociéndose en un texto de Raymond Chandler, como "Horrible. Brillante, duro y cruel". Alguna vez el propio Secretario General, el obrero Salvador Cayetano Carpio, se encargó personalmente de reconvenirlo para que asumiera sus responsabilidades, a lo que Dalton habría respondido con una autocrítica. Existe el rumor de que en el partido se rieron de la ingenuidad de Carpio. Praga fue, según algunos, una especie de exilio dorado. Pudo dedicarse a escribir, crear y armar la estructura de poemas que dio origen al libro mayor de su obra literaria: “Taberna y otros lugares”. El poemario tiene como marco el mundo cosmopolita de la capital checa y en especial la taberna U Flekú, una maltería y fábrica de cerveza oscura que parroquianos provenientes de todos los rincones del mundo consumen en medio de música de polkas. Un buen día, Dalton recibió una carta de Roberto Fernández Retamar, quien le invitaba a formar parte del Comité de Colaboración de la revista Casa. Por el prestigio de la publicación y la composición de su plantilla de colaboradores, la invitación consolidaba su reputación como escritor y revolucionario.
La colaboración se intensificó; cuando Dalton regresó a Cuba, en 1968, tuvo una espléndida acogida. Los cubanos le dieron condiciones para que se volcara de lleno a sus actividades literarias; trabajó en al menos siete libros suyos, al tiempo que participaba en paneles, recitales, coloquios y escribía para las principales revistas cubanas del momento.
Pero en medio de aquella vigorosa actividad Casa de las Américas vivía una hora difícil. Las conocidas críticas y las diferencias por parte de algunos escritores e intelectuales latinoamericanos respecto del gobierno de Castro, habían comenzado a hacerse públicas. "De los catorce miembros del Comité original", detalla Dalton, "hay que decir que seis... [habían] variado en sus posiciones o presentado puntos de vista conflictivos" frente a la visión sobre arte y literatura que sostenía la plana mayor de la institución cultural. En estos conflictos participaron también autores cubanos, lo que provocó numerosas asperezas entre el régimen y los artistas. Estaba iniciando lo que Ambrosio Fornet llamaría "el quinquenio gris" de la cultura cubana.
En medio de ese caldo, Casa de las Américas convocó al Premio correspondiente al año 1970, invitando como jurados a un grupo de escritores, sociólogos y académicos extranjeros. La convocatoria, como cuenta Dalton, fue acompañada de una intensa jornada de preparación política. Los cubanos veían con sospecha a la representación peruana (encabezada por el Rector de la Universidad de San Marcos) y a un grupo "potencialmente conflictivo" que tenía a la cabeza al poeta Ernesto Cardenal, integrante del jurado de poesía. Una de las principales misiones de Dalton fue ganarse la confianza del nicaragüense. Como se lee en la carta, Fernández Retamar le habría dicho que contaba con él como un "hombre de confianza" de la Revolución. Fue el Caballo de Troya de aquel jurado.
Las cosas comenzaron a complicarse muy pronto. Algunos de los jurados plantearon la necesidad de que se les dejara tomar contacto directo, sin mediaciones, con la realidad del país. Los jefes de Casa no parecían dispuestos. Dalton, que se encontraba mezclado con los jurados y les servía como una especie de enlace con la institución, observó que una parte de las quejas y dudas confluían sobre él. "Yo me sentía entre varios fuegos", se lamenta. "Las cosas no eran explicadas ni tampoco cambiaban", dando lugar a tensiones y, en su caso personal, dice, "a un verdadero desconcierto".
Cuando terminó su actividad como jurado, Dalton se quedó en La Habana y no participó en las giras por el interior del país que les habían preparado a los visitantes. Días más tarde, no sin desasosiego, pudo constatar que los jurados volvían con los ánimos caldeados, especialmente Cardenal, a quien miraban con recelo. Si un heterodoxo como Dalton fue capaz de considerar "anormal" la petición de Cardenal de conversar con seminaristas católicos, "negativas" sus preocupaciones por la suerte de los homosexuales, y hasta de contemplar la posibilidad de que el cura fuera un agente de la CIA "navegando con bandera de bobo", ¿qué podía esperarse de los duros? Los hechos en torno a Cardenal son interesentes de seguir porque, como veremos, si bien no fue el único que estuvo en la mira en aquel año 1970 en La Habana, su conducta se convertiría en el principal detonante de la renuncia de Dalton.
Cardenal se reunió también con el poeta Heberto Padilla, que ya había causado una primera conmoción internacional en contra del gobierno cubano. Por si fuera poco, recibió también un telegrama del arzobispo nicaragüense Miguel Obando y Bravo. El obispo le pedía que interviniera a favor del preso político Chester Lacayo. Cardenal accedió, pero a cambió le pidió al obispo que intercediera ante Somoza por los presos políticos del FSLN. La inquietud de Dalton es característica: "Detrás del Arzobispo de Nicaragua está la CIA. ¿Cuál es el papel de Cardenal en esto?".
La mecha se encendió durante un almuerzo donde estuvieron presentes tres poetas que han llegado a ser emblemas de rebeldía: Mario Benedetti, Ernesto Cardenal y Roque Dalton. En la comida, Cardenal lanzó fuego graneado sobre Benedetti pidiéndole explicaciones, formulando críticas y reclamando que por fin se le dejara hablar con campesinos. En ese momento, Dalton apoyó a Cardenal. El ataque en dos flancos alteró al uruguayo. Los tres se levantaron de la mesa con el estómago revuelto. Más tarde, Benedetti sostuvo que Dalton se había portado con él de manera insolente. En su carta, Dalton le replicó con una bufonada: "...no somos señoritas de un colegio de monjas".
Pero aquel fue solamente el primer round. Horas, o a lo sumo días más tarde, en un cóctel ofrecido a Cardenal, Dalton volvió con el tema de su desacuerdo por la manera en que se estaban manejando las cosas con los invitados internacionales. Esta vez tuvo que enfrentar la ira del propio Director. En medio de una conversación tensa, Fernández Retamar le advirtió que ya sabía que andaba "hablando basura", y remató diciéndole: "Roque, en último caso somos nosotros quienes invitamos a los jurados extranjeros y somos nosotros los que sabemos qué hacer con ellos". Aquella frase, proveniente de su "mejor amigo cubano", dice, "no me dejaba otra alternativa [que la de] retirarme del trabajo de Casa". Las cosas no terminaron allí. Entre dos rones, Dalton insultó a Fernández Retamar.
Dalton tuvo tiempo de lamentar aquel error, pero su destino en la más respetada institución cultural cubana estaba sellado. El ambiente en su derredor se hizo frío. En vista de los hechos, Dalton presentó dos cartas de renuncia, una de ellas, la del 20 de julio, dirigida a Retamar, y otra a Haydée Santamaría, sin dar explicaciones de sus motivaciones, pensando que le iban a ser pedidas expresamente. Pero esto no ocurrió.
"... Retamar hizo retirar mi nombre de la lista del Comité antes de dos horas después de leer mi nota".
En medio del crispado clima político de ese momento, Dalton temió que su renuncia fuera tomada como una maniobra "destinada a causar daño a Casa ". Comenzaron a circular rumores en su contra, algunos graves. Genoveva Daniel, una funcionaria de la institución, habría dicho públicamente de Dalton que ya "no se sabía si todavía era revolucionario o no". Entonces se decidió a escribir una nueva carta, esta vez al todopoderoso Comité Central del partido, en la cual insistió:"Yo renuncié de Casa, repito, porque se me dijo en otras palabras que no siguiera metiéndome en asuntos que no eran de mi incumbencia".
Las cosas ya no volvieron a ser como antes. De Casa de las Américas pasó a la agencia Prensa Latina, alternando sus viajes con la redacción de sus libros. Dalton siguió escribiendo para la revista, pero para entonces ya era un preso de su futuro. En sus poemas, frecuentemente pringados de sentencias, hay una que dice:
"La política se hace jugándose la vida o no se habla de ella".
Dalton no parecía dispuesto a que el recuerdo de ese verso se convirtiera en una voz burlona. Su nariz apuntaba fuera de Cuba. Ese mismo año se habían fundado en su país natal las FPL. Carpio había renunciado a la Secretaría General del PC salvadoreño y entrado a la clandestinidad, donde sería conocido como "Marcial". En algún momento, Dalton y Carpio se encontraron en París, cerca de Pigalle, en el pequeño apartamento del poeta Roberto Armijo.
En esa ocasión Dalton le pidió a su ex jefe que le hiciera sitio dentro de su organización. Según Claribel Alegría, le habría respondido que su lugar era como "poeta y escritor marxista y no como un combatiente". Detrás de ese lenguaje diplomático es fácil adivinar que Marcial no quería volver a pasar por las sesiones de "autocrítica" de Dalton.
No está claro si buscó incorporarse al guatemalteco EGP y al FSLN, antes o después de aquella reunión. Lo cierto es que no tuvo éxito. Luego, La Habana le facilitó un encuentro con un tipo que tenía toda la "pinta de un revolucionario de almanaque" (según lo recuerda Sancho). Era Alejandro Rivas Mira, el primero en la jefatura del ERP, un grupo armado que recién debutaba en la escena salvadoreña. "Sebastián", como se le conoció en la clandestinidad, a pesar de su juventud ya tenía una aureola. Era un estudioso del marxismo y había estado en París en 1968. Quienes lo conocieron aseguran que tenía una personalidad de gran magnetismo y un humor corrosivo. Con este comandante subió a bordo.
"Otra jugarreta de la locura
y perdería mi puesto de centinela formidable
cayendo como la lengua de un ahorcado
hasta una jaula de lobos frágiles"
“Deberían dar premios de resistencia por ser Salvadoreño,” dijo , dijo Roque, el que nunca va a descansar en paz,porque “qué cosa más jodida es descansar en paz,” en Un libro levemente odioso. Sufría de amor por El Salvador, se moría de frío por El Salvador y de rabia y de risa. De Roque todos hablan a risa abierta, como si no hubiera muerto, como si no lo hubieran matado en El Salvador el mes en que cumplía cuarenta años, mayo de 1975, los mismo guerrilleros empeñados en su misma lucha. De Roque, todos los que lo conocieron dicen que era un personaje a todo dar, y resulta fácil imaginarlo haciendo del entusiasmo y la sinceridad un mérito literario. No , los vientos no huyeron de su asombro y su cara Roque Dalton asesinado a los cuarenta años fue siempre,hasta el último momento, un sorprendido, un cielo tomado por asalto, una risa interrumpida. Y de la cara de Centroamérica no huirá tampoco el viento, porque sabrá levantarse y en el último momento dispará contra el asesino.
Prólogo de Un Libro Levemente Odioso. Elena Poniatowska, Mexico junio 88.
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos. Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza. Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.
Eduardo Galeano (Efemérides de Mayo)
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos. Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza. Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.
Eduardo Galeano (Efemérides de Mayo)